Evolución de la Horticultura en Brásicas
Si se realizara una encuesta sobre los avances tecnológicos en los últimos 50 años, muchos señalarían inmediatamente los ámbitos de la informática, las telecomunicaciones o la medicina. Seguramente muy pocos nombrarían la agricultura. De hecho, diversos estudios de percepción apuntan que, gran parte de la sociedad tiene una visión obsoleta de la agricultura. Nada más lejos de la realidad, pues si fuera este el caso, no sería posible alimentar a la población mundial. Esto demuestra el gran desconocimiento por parte de la sociedad de cómo ha evolucionado la agricultura en los últimos años.
Centremos el enfoque en el desarrollo de las brásicas (género Brassica). Este género abarca desde las mostazas hasta los nabos, pasando por las coles y el brócoli. Su evolución ha sido tal que, en los últimos 50 años, se ha producido un aumento extraordinario en su producción.
Rebobinemos para atender a su progreso. Antiguamente, las variedades empleadas eran de polinización abierta, conocido como OP (open pollinated). Los agricultores conservaban en campo parte de la producción (seleccionando las que, a su juicio, eran las mejores plantas) y permitían que esta subiera a flor y se polinizase, intentado siempre evitar el cruce con variedades silvestres, que aportaran características no deseadas comercialmente. En este caso, las semillas producidas tenían gran variabilidad pues provenían de polinización cruzada de todo lo que en ese momento se encontrase en campo y fuera compatible. Esto fue así hasta la década de los 60, cuando tuvo lugar el primer gran avance, la aparición de los híbridos comerciales.
Un híbrido es el cruce entre dos líneas puras. Se entiende por línea pura, aquella que se consigue obteniendo semillas de una planta que se autofecunda. En el caso de las brásicas, esto ocurre con gran facilidad, ya que al tratarse de flores hermafroditas se da incluso en la naturaleza de forma espontánea. Al realizar el proceso sucesivamente, las características fisiológicas de la planta se “fijan”. Cuando dos líneas puras se cruzan, la variedad “hija” híbrida puede tener las cualidades de ambas variedades “padres”, e incluso mejorarlas. A esto se le conoce como vigor híbrido, concepto utilizado para describir la capacidad de los híbridos de superar a sus progenitores en propiedades deseables. Tomemos el ejemplo de la col pura A con gran resistencia en campo (aguante tras la maduración). Cuando la cruzamos con una línea pura B que se caracteriza por ser muy uniforme (las coles “hermanas” producidas se comportan de manera muy similar entre sí), se puede obtener una col híbrida que sea más resistente que A y más uniforme que B.
Siguiendo con el ejemplo, fue precisamente una col, la primera variedad híbrida brásica en llegar al mercado español, hacia mediados de los años 60 del siglo pasado. Los cultivos de variedades híbridas demostraron ser más productivos y más homogéneos en calidad, forma y periodo de producción. Lo que conllevó un beneficio notable para el agricultor, pues facilitó su manejo, abaratándolo, y aumentando la productividad en campo.
A finales del siglo pasado, se introdujo una nueva tecnología de producción de semilla, que revolucionaría radicalmente el mercado de variedades de brásicas. Se trata de la introducción de variedades CMS, (Citoplasmatic Male Sterility). Tal y como se mencionó anteriormente, las variedades se pueden cruzar con otras silvestres alterando las características fisiológicas de las “hijas”. Uno de los posibles resultados es que en la variedad “hija” no desarrolle polen cuando sube a flor. En estos casos, la variedad sólo puede ser fecundada por otra variedad pues, evidentemente, no se puede autofecundar.
Para entender por qué esto supuso una mejora, habría que recordar que en las décadas de los 70 y 80, el objetivo era obtener híbridos de dos líneas puras. Puesto que dichas variedades se podían autofecundar, se necesitaba mucho esfuerzo para garantizar que la semilla fuera fruto del cruce de las líneas puras. Para conseguirlo, se empleaban medios físicos y/o químicos. Éstos abarcaban desde eliminar los estambres de las flores manualmente (con el coste y esfuerzo que esto suponía) hasta aplicar fitoquímicos a las plantas que querían que actuasen como hembras (para que “se quemaran” los estambres). Todo este trabajo, no suponía la eliminación al 100% de la parte masculina y por ende, no se podía garantizar que la semilla no era procedente de la autofecundación es decir, que no contaba con las ventajas de los híbridos.
La introducción de esta tecnología ha supuesto numerosas ventajas. En primer lugar, ofrece beneficios medioambientales, gracias al abandono del uso de medios químicos para suprimir la producción del polen. En segundo lugar, la seguridad en el cultivo, ya que al tener muchas más garantías de que la semilla que se obtiene es la variedad híbrida que se quiere, ésta se comportará de la forma esperada. En tercer lugar, supone una ventaja ya que acelera y facilita el proceso de obtención de nuevas variedades híbridas, que son más productivas y se adaptan mejor, llegando así al mercado en menor tiempo. Todo ello, permite que los agricultores dispongan de más y mejores medios para mantener la producción e incluso incrementarla.
Los avances en materia de obtención de nuevas variedades adquieren un potencial enorme atendiendo a los retos actuales. Las consecuencias del cambio climático, el incremento exponencial de la población y con él la demanda de alimentos, las crecientes exigencias de calidad y los riesgos medioambientales por un uso inadecuado de agroquímicos, hace que nos enfrentamos como sector a un gran reto: producir más con menos recursos, con mejor calidad y en condiciones cada día más adversas. Es por tanto imprescindible entender que el principio de la seguridad alimentaria es la seguridad en la semilla.
Aurelio Estopiñán y Agatha Agudelo
Sakata Seed Ibérica
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